Final de FOLLIES: Stephen Sondheim y Mario Gas, una vez más la unión hizo el delirio

By: Jul. 20, 2012
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Ultimísimo tramo de la recta final de Follies en el Teatro Español. Dos únicas funciones para llegar a la gran (y doble) despedida. La última representación del musical, que se celebrará el próximo sábado, será el punto culminante, definitivo y definitorio, de la era de Mario Gas como máximo responsable artístico de las cuatro salas en las que se enmarca la sede cultural. Nadie dudaba del talento de los nombres que acreditan el espectáculo. Hace ya tiempo que nos dejamos atrapar por las redes mágicas, hilvanadas a través de notas musicales, del teatro de Sondheim. Y Mario Gas nos viene regalando adaptaciones modélicas de obras de grandes autores desde hace algunas décadas. Aún estábamos embriagados nadando en la piscina que delimitaba el decorado de Un frágil equilibiri, de Edward Albee, en el Lliure barcelonés, cuando escasos meses después, en febrero del año presente, Gas nos hizo el mayor regalo que un enamorado del arte teatral pueda recibir. Este Follies que provoca un delirio amoroso y febril allí por donde pasa, sin distinguir entre profesionales o espectadores (o espectadores profesionales). Nadie se salva de una caída segura ante este hechizo disfrazado de obra de teatro musical que ha hermanado la sala principal del Español con el Marquis Theatre de Nueva York, donde también se representó hasta hace unos meses, bajando definitivamente el telón cuando llegó el actual revival de Evita. O lo que es lo mismo, convirtiendo en hermanas las plazas de Santa Ana y nuestra queridísima Times Square.


Sorprendente y admirable nos parece cómo Mario Gas sigue aportando y potenciando su sabiduría teatral, fusionándola con las diversas sensibilidades artísticas de los autores de las obras que elije para sus montajes. Rafael Alberti, Oscar Wilde, William Shakespeare, Valle Inclán, Eurípides, Josep Maria Benet i Jornet, Tony Kushner, Tennesse Williams, Frank Wedeking, Eugene O’Neill, Jean Genet, Bertolt Brecht, Arthur Miller, Neil LaBute… y Stephen Sondheim. Hay una química especial entre nuestro director escénico y el maestro compositor y letrista estadounidense, como así revelan las cuatro ocasiones en que Gas ha traducido sus emociones, y de paso reflejado las nuestras, a través de un trabajo de Sondheim.

Corría el año 1993, a finales de julio, cuando se estrenó Érase una vez en Roma… o Roma Cittá Golfa, adaptación que Gas realizó para el Festival de Teatro Clásico de Mérida del musical, originalmente titulado A Funny Thing Happened on the Way to the Forum (1962), quizá más conocido por estos lares como Golfus de Roma, versión cinematográfica que dirigió Richard Lester en 1966, interpretada ni más ni menos que por Zero Mostel, Michael Crawford y Buster Keaton, entre otros ilustres actores. Javier Gurruchaga encabezó el reparto autóctono, acompañado por Josep Maria Pou, Vicky Peña (cuatro de cuatro, pleno total del tándemGas/Sondheim), Gabino Diego, Felix Rotaeta, Mónica López y Pep Molina, y por otros nombres recurrentes y recientes, asiduos en los montajes de Gas. Con libreto de Burt Shevelove y Larry Gelbart el musical nos traslada a un día de primavera, doscientos años antes de Cristo. Una calle de Roma, donde situamos los hogares de Lycus, regente de varios burdeles; Senex, un lascivo patricio y Erronius, un atolondrado anciano. La trama nos muestra los esfuerzos de Pseudolus, un esclavo que luchará por ganar su libertad a cambio de solucionar la vida amorosa de su joven amo, con sus consecuentes enredos y complicaciones. En palabras de Mario Gas en el momento del estreno, el musical “…aborda con humor las paradojas de ayer, de hoy y de siempre, es francamente divertido no sólo el espectáculo, si no el hecho de utilizar las sacras piedras de Mérida para hacer este Plauto, pasado por Sondheim, en ese venerable lugar…”. Seguro que fue un espectáculo digno de ver, sin duda. Lástima que a la temprana edad que teníamos entonces, nuestros medios y criterio cultural no fueran algo más capaces, desarrollados y experimentados para poder disfrutar de la pieza. Más adelante vendrían Sweeney Todd (1995 y 2009)y A Little Night Music (2000), piezas que sin duda han marcado un antes y un después en nuestra vida teatral y en nuestra manera de comprender y entender el género musical.

Y así hasta llegar hasta este maravilloso Follies (Madrid, 2012), que aún podemos disfrutar en el Teatro Español, que Tantas mañanas (o si alguien prefiere Too Many Mornings) nos ha despertado con el alma en vilo Esperando a las chicas (Waiting for the Girls Upstairs) para mostrarnos Aquél tren que pasó (The Road You Didn’t Take) con la que posiblemente no sea La chica perfecta (The Right Girl), aunque eso sí, Qué bellas son (Beautiful Girls) cuando muestran toda su hermosura descendiendo una tras otra por la escalinata, algo destartalada ya, y nos regalan su mejor sonrisa desde las tablas del escenario, ese escenario que años atrás las abrazaba suavemente cuál boa de plumas, cuando representaban las Weissman Follies. Impresionante e impactante montaje de un brillantísimo musical que junto a Company (1970) y posteriores musicales de Sondheim, como el citado A Little Night Music (1973, no es casualidad que Follies estrenara su montaje original en 1971, entre estas otras dos joyitas del artista), fueron pioneros en ese acto de valentía que supone escenificar temas adultos, especialmente en lo referente a las relaciones sentimentales de sus protagonistas. Personajes que, aunque no siempre, suelen pertenecer a una clase como mínimo media, con problemas propios de esa misma clase, más o menos acomodada.


Y aquí, como en tantos muchos aspectos es donde Sondheim se revela como máximo renovador del musical contemporáneo. El teatro (en Broadway en concreto, pero extensiblemente a casi todo el mundo), ha recibido durante años el mecenazgo del tipo de gente que el autor describe a través de sus canciones. Gente que busca en el musical una válvula de escape y que se encuentra, cuando Stephen y sus secuaces toman las riendas del asunto, con su realidad, que se planta ante sus narices, careándose con unos espectadores que, de repente, se enfrentan desde la platea a lo que precisamente venían a eludir, que se muestra implacable sobre el escenario. ¿Cómo los/nos desafía Follies? A través de una reunión en un abandonado teatro de Broadway que tiene los días contados y sobre el que pesa la amenaza de una inminente demolición. A ella acuden glorias pasadas de las Weismann Follies, una especie de revista musical, claro homenaje a las Ziegfield Follies, que se representaban en ese espacio entre las dos guerras mundiales. Se centra en dos parejas: Sally Durant Plummer y su marido Buddy y Phillys Rogers Stone y su cónyuge Ben. Ambos matrimonios se sienten profundamente infelices. Buddy es viajante y tiene múltiples aventuras mientras Sally sigue tan o más enamorada de Ben que en su época Weismann. A su vez Ben, algo egocéntrico y permanentemente absorto en sí mismo, convive con una Phylls que se siente emocionalmente abandonada. Mientras tanto, algunas de las antiguas showgirls interpretan algunos de sus antiguos números, acompañadas por las fantasmagóricas coristas que fueron en su juventud.

El montaje original de 1971, estrenado en el Winter Garden Theatre, sede de Cats y actualmente de Mamma Mia!, arrasó en las galas de premios de aquel año: siete Drama Desk Awards, premio al mejor musical del New York Drama Critics’ Circle y siete de los once premios Tony a los que aspiraba, aunque curiosamente no obtuvo ni el galardón a mejor musical del año ni a mejor libreto, que recayeron en Two Gentlemen Of Verona, de John Guare y Mel Shapiro. Para su primer montaje londinense (1987) se modificaron algunos aspectos del libreto y se cambiaron algunas canciones. En 2001 primer revival en Broadway con Blythe Danner y Polly Bergen en los papeles principales. Al año siguiente, lo mismo en Londres. Y así, con el paso de los años, el musical ha sido montado en varias ocasiones, con mayor o menor fortuna, hasta llegar a lo que ya podemos denominar como el año Follies, que empezó el 7 de agosto de 2011 en Broadway y terminará el próximo 28 de julio en Peralada (Girona).


Hay tantos Follies como espectadores se han dejado seducir por la abrumadora partitura del musical. Un hit tras otro. Aquí no hay highlights, todas lo son. El Follies del aquí escribiente queda delimitado por los montajes más recientes. Del bautismo neoyorquino que supuso la asistencia a una de las funciones previas del Marquis Theatre recordamos la emoción incontenible que suponía redescubrir que muchas de aquellas canciones que siempre nos habían gustado pero no sabíamos muy bien de dónde salían, pertenecían a la pieza teatral. Y que sea la mismísima Bernadette Peters quién nos descubra Don’t Look at Me, In Buddy’s Eyes, Too Many Mornings y esa inconmensurable y demoledoramente hermosa Losing My Mind, es un sueño hecho realidad. Si a ello sumamos que Elaine Paige nos dejó catatónicos con su interpretación de la tremenda I’m Still Here, y que descubrimos a todo un elenco de maravillosos intérpretes, capitaneados por Jan Maxwell (deliciosa), Danny Burstein y Ron Raines, la emoción no hace más que aumentar. Si aún no tenemos suficiente y descubrimos en la creación de Bernadette Peters a una Sally personalísima, frágil, debilitada y gastada, que parece que en cualquier momento va a tropezar mientras baila y que no sabemos si va a poder terminar su próxima canción, si podrá llegar a la próxima nota… Bufff, aún no hemos encontrado palabras para definir lo que sentimos con su interpretación. Del montaje recoge el testigo el excelente cast recording, que mantiene segmentos de los diálogos del espectáculo, resultando un álbum que, más que cualquier otra de las grabaciones existentes, permite a los oyentes vivir de nuevo la descorazonadora colisión entre pasado y presente, clave en la obra, que pudimos experimentar el verano pasado.

Y entonces llegó febrero del 2012. Mario Gas estrena en Madrid su (ahora ya nuestro) Follies. Ése Follies que con sus brevísimos cuatro meses de representaciones ha conseguido que un servidor se emocione como nunca antes frente a una obra de arte. Una emoción que enmarca un hervidero nervioso y maravilloso de sensaciones, una superación de la timidez inherente a una personalidad que disfruta el teatro de una manera muy introspectiva, agradeciendo desde lo más profundo del corazón una experiencia más o menos cercana y reveladora. Una superación de lo más esencial y definitorio de uno mismo, que se sintió tan o más protagonista de lo que sucedía en el escenario, compañero de todos los personajes, que interpretan o reinterpretan su vida una vez ya la han vivido, y así la comprenden y la reconocen como suya, mostrándose como son a ellos mismos a través de un mundo ficticio o irreal. Sublimación de una realidad convertida (y elevada) a espectáculo, marcando la importancia y trascendencia de la vida, para aquél que la ha vivido. Maravillosa comunión entre Sondheim y Gas, que una vez más, forman un dúo imprescindible e impredecible.

Lo que más nos gusta del montaje de Mario es su habilidad para seleccionar a un reparto maravilloso y la elección del mejor personaje para cada intérprete, la excelentísima traducción/adaptación/adecuación de Roser Batalla y Roger Peña y la dirección musical de Pep Pladellorens de esa orquesta bautizada con el nombre de Manuel Gas. ¡Ay, Manuel, qué feliz que te debes sentir al contemplar, estés donde estés, el buen hacer de esta compañía! Y nos emociona sobremanera, que Mario Gas se haya reservado, bajo pseudónimo de Gonzalo de Salvador, el personaje de Dimitri Weissmann, artífice de esta maravillosa última reunión que es Follies. Toda una declaración artística, teniendo en cuenta que también se trata de su despedida como director artístico del Español, demostrando, una vez más, que el teatro no es más (ni menos) que el reflejo, más claro si cabe, de la propia vida.

La compañía, no nos cansaremos de repetirlo, excelente, maravillosa, adecuada, imprescindible. TODOS derrochan talento y compromiso con este montaje. Nos encanta que el papel de Carlotta Campion lo interprete Massiel, que consigue con su Aquí estoy (I’m Still Here) ponernos los pelos de punta, ya que no sabemos hasta qué punto está interpretando el tema o se está sincerando y resumiendo su vida ante el público. Muy valiente su interpretación, sí señora. Lo mismo ocurre con Asunción Balaguer: las grandes actrices no tienen edad porque son eternas y usted estará ahí para siempre con su Hattie Walker, recogiendo el calurosísimo aplauso que recibe cada noche tras su Soy corista (Broadway Baby). Y lo es, vaya si lo es. Ovación atronadora también para Josep Ruiz, que a través de su Roscoe pone voz a ese número musical por excelencia, y clave la obra, que es Qué bellas son (Beautiful Girls). Estas chicas no se verían tan bellas si no las acompañara su maravillosa voz, de eso estamos seguros.

Impredecible e inesperado Loveland que transforma el clasicismo con el que se suele interpretar en una orgía multicolor, sustituyendo la gasa por el látex y permitiendo el lucimiento de todo el elenco de bailarines y cantantes. Y maravilloso momento el de Te encantará el mañana/Nuestro amor salvará la situación (You’re Gonna Love Tomorrow/Love Will See Us Through) donde Marta Capel, Diego Rodríguez, Julia Möller y Ángel Ruiz nos hacen comprender el verdadero drama que viven sus homólogos adultos. Excelentes los cuatro. Como excelentes las intérpretes de ese primer acto en que cada chica Weissmann defiende su número musical: Linda Mirabal (increíble su dueto con Joana Estebanell Otro beso / One More Kiss), Mónica López (ahora Carmen Conesa) y sparkling y divinísima Teresa Vallicrosa, que con su Stella Deams, hace de capitana de baile de toda la compañía en ese momento único dentro de un musical aún más único llamado ¿Quién es ella? (Who’s That Woman?).


Y vamos con Buddy Plummer. Pep Molina está impresionante en la encarnación de este personaje, que es plenamente consciente de lo que pasa a sus alrededor, rebelándose y aceptándolo a partes iguales. Con sólo una silla y su interpretación nos deja clavados en la butaca con La chica perfecta (The Right Girl) para más adelante sintetizar todo el patetismo (y a la vez transpirar cercanía empática) de su personaje en El blues de Buddy (The God-Why-Don’t-You-Love-Me Blues). Con sus cómplices María Cirici y Marisa Gerardi consigue convertir en comedia su tragedia personal con una naturalidad y emotividad indescriptible.

Carlos Hipólito. ¡WOW! Consigue dotar a su Benjamin Stone de herramientas para que comprendamos, mostremos compasión e incluso nos sintamos identificados, con este personaje que se muestra bastante hermético y que lleva por el camino de la amargura a Sally y Phyllis. Como actor nos ha gustado siempre, y cantando no hace más que dotar a su interpretación de un registro o tono todavía más cercano y emotivo. Dificilísima y exitosa su misión de defender el último número musical del espectáculo. Consigue con su Hay que vivir, hay que querer, hay que reír (Live, Laugh, Love) que realmente nos creamos que se olvida de la letra la canción, ese guión más o menos autoimpuesto por el que se ha regido su vida. Maravilloso.

Vicky Peña. Estupenda, amarga y vampírica Phyllis Rogers Stone. Esta portentosa ACTRIZ personifica a las mil maravillas la máxima mantenida por Sondheim de que es preferible una actriz que cante, que no una cantante que actúe. Vicky consigue asimilar el canto y el baile como un recurso dramático más de una manera encomiable. Y después de un primer acto en que su protagonismo queda bastante diluido, consigue con sus dos solos de la segunda parte que nos enamoremos de su Phyllis. ¿Podría dejarte? (Could I Leave You?) y su escarnecedora interpretación es impactante como pocas y La historia de Lucy y Jessie (The Story of Lucy and Jessie), vestida de un rojo tentador y pecaminoso ya provoca el delirio más espontáneo. Bravo, Vicky, y gracias por hacernos disfrutar una vez más de una interpretación maravillosa, que nos hace sentir orgullosos de defender este arte llamado teatro.


Y con todos ustedes… Muntsa Durrant Plummer y Sally Rius. ¿O era Muntsa Rius y Sally Durrant Plummer? Pensando en ti (Losing My Mind) nos tienes Muntsa desde el pasado febrero. A través de Sally te has convertido en nuestra heroína del teatro musical o quizá has sido tú quien ha colocado en un pedestal a este personaje. Indisociable la actriz del personaje. Nos conmueves y llegas hasta lo más profundo de nuestra intimidad en No me mires (Don’t Look at Me), personificando unos sentimientos que creíamos intrínsecamente propios y devolviéndonoslos a través de la caricia que supone escuchar tu preciosa voz, permitiendo que nos conozcamos a nosotros mismos con una claridad abrumadora. Conmovedora tu aportación a Con Buddy ahí (In Buddy’s Eyes), declaración de amor sonoramente muda a tu Ben (¡cuánto envidiamos a Carlos Hipólito por ser el destinatario de esas palabras!) Perspicaz y sutil, pero totalmente esclarecedora definición del estado anímico de tu personaje. Increíble. Y volvemos a Pensando en ti (Losing My Mind), canción que nos parece un momento cumbre en la historia del teatro musical. Este es el mayor acierto del montaje de Gas, donde transforma y convierte a la escenografía de Juan Sanz y Miguel Ángel Coso en protagonista de la obra, haciendo salir al personaje de Sally del mundo de las follies. Es ésta la canción que consigue con una frase resumir la esencia del musical y Muntsa la transmite de una manera desgarradora: (“Tú me querías o fue sólo compasión…” / “Yoy said you loved me or where you just being kind?”). Cantando y caminado sola, de espaldas al resto de transeúntes. Triste y gris como la gabardina que viste el personaje, que oculta un vestido de lentejuelas tímido, reluciente y precioso, como la Sally de Muntsa, que se da cuenta de la pérdida de tiempo que ha supuesto esa relación imaginaria con Ben, transmitiéndonos que el verdadero enfado es con ella misma. Aun así nos mira de reojo, tímida y pícara, se da la vuelta, se quita la gabardina y vuelve al mundo de Follies. Y nosotros con ella. Bravo Sondheim, bravo Gas y bravísima Muntsa.


No nos queda más que decir que pensamos sumarnos a esos aplausos finales tras la función del sábado 21 y que también estaremos en la última de las últimas. En esa celebración que se realizará en el Festival de Peralada los próximos 27 y 28 de julio, cierre definitivo de este musical que ya ha hecho historia. Una última reflexión: después del golpe mortal que acaba de recibir el mundo de la cultura, vale la pena recuperar este Follies, que resulta una definitiva carta de amor al teatro y a todos los que de alguna manera lo hacemos posible (profesionales y espectadores). Quizá la asistencia de algunos de “nuestros” políticos a una de las representaciones del espectáculo, quizá ver la obra de arte en directo que crean cada día Muntsa Rius, Vicky Peña, Carlos Hipólito, Pep Molina y el resto de la compañía haga entender de una vez a estas mentes por qué es necesaria la existencia del arte teatral, y que la cultura no es un producto de lujo, aunque es un lujo disfrutar de una manifestación cultural como Follies. Muchas gracias y hasta la próxima colaboración, señores Gas y Sondheim (y compañía).

 

 

 

 



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